En estos
últimos 57 años, los venezolanos nos hemos venido ufanando de ser y vivir en un
país rico. Tanto la vieja como la nueva generación política lo han repetido
hasta la saciedad en sus discursos. Sacando a relucir con orgullo las inmensas,
variadas y estratégicas reservas naturales que poseemos y que muchos países en
el mundo desearían poseer.
La
moraleja de esta herencia natural es que no la hemos aprovechado con
inteligencia para transformarla en progreso y desarrollo humano, a través de un
plan de desarrollo sustentable que en lo económico sea viable; en lo social
garantice la equidad y, en lo ambiental, tengamos un territorio vivible y
seguro.
En la mal
llamada cuarta república, el impacto del sector público en el gasto fiscal fue
del 65%, financiado fundamentalmente por la factura petrolera. En la quinta, se elevó a un 95%; a pesar de la promesa del
actual régimen de diversificar la economía para reducir dicha dependencia.
En los
primeros cuarenta años de democracia, se hicieron esfuerzos positivos y en la
dirección correcta para minimizarla pero no fueron suficientes. Se recuerda el
modelo de “Sustitución de importaciones”
con el cual se alcanzaron avances
importantes en el campo de la
agricultura y la ganadería garantizando el abastecimiento de gran parte del
mercado nacional.
En
cambio, los últimos diecisiete años con el nuevo modelo implantado “Socialismo
del siglo XXI”, caracterizado por la centralización, concentración y
empoderamiento total del poder ejecutivo en materia de planificación y
producción, trajo como consecuencia la actual y terrible crisis humanitaria que
hoy padecemos por igual casi toda la población. Causada fundamentalmente por la
destrucción del aparato productivo tanto público como privado.
El
control de la divisas, la insuficiencia financiera, el alto endeudamiento
externo e interno, la alta conflictividad entre poderes públicos, el
desconocimiento a la constitución y leyes de la república, configuran “por
ahora” una realidad de nación ingobernable.
La
historia mundial del desarrollo en democracia,
ha demostrado que para imponer los cambios necesarios en una sociedad,
los pueblos tienen dos caminos para alcanzarlo: uno corto, que consiste en acertar
con los votos y llevar a los mejores hasta el poder para que sean ellos los que
ejerzan el liderazgo en la sociedad y produzcan los cambios que la dignidad humana
exige. El segundo, el más difícil y que
reclama paciencia activa, es el de crear ciudadanos capaces de luchar con entereza
para producir los cambios desde abajo; apostando por el amor, la generosidad,
los valores y principios, la libertad y la justicia; convirtiéndose cada uno en
multiplicador de la regeneración. Una conciencia colectiva sobre la base de la
educación y el fortalecimiento de una cultura de “bien común” y ejecutora del
“deber ser”
Este es
el dilema en que se encuentra entrampada la sociedad criolla desde hace muchos
lustros. No hemos sido capaces de valorar y diferenciar con madurez y
patriotismo esas dos vías. Pareciera que la primera sigue siendo la más
atractiva y prioritaria en la gran mayoría de los dirigentes.
Entretanto,
urge como república democrática, crear sin mayor dilación espacios para los consensos necesarios, distinguiendo los
disensos, los cuales deben debatirse con respeto y diálogo, a fin de superar el
laberinto político, cuyos responsables parecieran no valorar la gravedad del
conflicto-país generalizado.
Entendernos
como sociedad no es una opción, una obligación de todos los factores y actores
de la política. En esa agenda de entendimiento, no debe faltar: en lo
económico, la solución a corto plazo del
problema de desabastecimiento de alimentos y medicinas. A mediano plazo, la
viabilidad de la economía. En lo político, la conclusión del proceso de
revocatorio. Construcción y elección de un gobierno de unidad nacional con el compromiso ineludible e impostergable de normalizar
la separación de poderes con autonomía e independencia.
Presidente
del Ifedec Capítulo Bolívar
@renenunez51 e
Los
domingos, 8 a 9 am, en Onda Global por Onda 97.3 FM
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