Se vive un proceso de país nada
fácil de comprender o entender en su justa dimensión política, económica y
social. Los daños estructurales han sido tan severos que nada funciona, no hay
resultados, no hay responsabilidades reconocidas menos sanciones para castigar
a los culpables. Todo recicla con normalidad política e institucional. Y nos estamos
acostumbrando.
Las decisiones políticas tomadas en
estos 17 años por los nuevos impostores de la democracia, no cabe duda, resquebrajaron
la institucionalidad, la gobernabilidad, el orden, la disciplina, la economía y
lo sociabilidad.
Llegaron al poder con la excusa de
la transformación de la política y del estado como condición -sine qua non- para asegurar a todos los
venezolanos una vida más justa, buena y eterna.
El “futuro edén” prometido no
llegó nunca; lo que sí construyeron fue un
“presente tártaro” que tiene
a un 80% de la población empobrecida e invocando un referendo como salida para superar
la vulnerabilidad y exclusión social.
Ante esta deprimente realidad
histórica, propicia la oportunidad para aprovechar no solo un cambio en la
conducción de los destinos de la nación sino también para asegurar la
transformación institucional que impida de caras al futuro a que otro político felón
se aferre a las instituciones, las modifique a su conveniencia y desconozca la
voluntad del voto soberano del pueblo.
Empero, lo más importante y clave,
además de fortalecer y asegurar la autonomía e independencia de los poderes
públicos; acelerar la descentralización política administrativa del Estado para
empoderar gobernaciones, alcaldías, parroquias o consejos comunales; igual se
hace impostergable un cambio de modelo económico que nos reduzca la dependencia
de los ingresos petroleros mediante el aprovechamiento inteligente, racional y
eficiente de las riquezas y ventajas comparativas (naturales, humanas,
demográficas, ambientales, geográficas) favorables
que tenemos de sobra: Asimismo el imperativo de la construcción de una
estructura económica diversificada sólida y altamente competitiva, donde la
mano de obra e ingresos nacionales superen los provenientes de la renta petrolera.
Los
noruegos lo entendieron y lo lograron. Con los altos beneficios obtenidos de la
venta de petróleo y gas, destinaron una parte al Fondo Nacional de Petróleo, para
protegerse de eventuales desequilibrios presupuestarios, económicos y garantizar
el desarrollo de los intereses de las generaciones futuras. Hoy tienen en contingencia
más de 800.000 millones de dólares, si estar en la OPEP, fijando su propio plan de política energética
nacional.
El
presupuesto nacional de Noruega lo financia el petróleo en un 3%. La educación
y la salud, son responsabilidades casi absolutas del sector público, lo que
hace que el peso de éste en la economía llegue a alcanzar el 20% del PIB. Un modelo de desarrollo humano compartido.
¿Por qué
ellos sí, nosotros no? ¿Qué tienen los noruegos de especial que no tenemos
nosotros? ¿Cultura de vida? ¿Imaginación
creadora? ¿Valores morales y éticos? ¿Eficiencia y transparencia en el manejo
de los recursos del Estado? ¿Controles? ¿Independencia económica del Estado? Son
respuestas que en este país los venezolanos debemos darnos si de verdad
queremos transformar el país o quedarnos simplemente en el simple cambio de
gobierno, como hasta ahora ha sido característica.
Alguien
me dirá por qué no nos compararnos más bien con otro país de la región; pues no, tenemos
que compararnos con uno de resultados positivos y de excelencia pública. Ya
basta, de continuar con el viejo paradigma de conformarnos con ser líder del
tercer mundo. Menos hoy cuando tenemos los peores índices: económicos
(inflación, bajo poder adquisitivo), sociales (pobreza), de violaciones de derechos
humanos, de transparencia y eficiencia administrativa pública del mundo.
“Las
personas cambian cuando se dan cuenta del potencial que tienen para cambiar las
cosas”. Paulo Coelho
Presidente del Ifedec Capítulo
Bolívar
@renenunez51
Los domingos, 8 a 9 am, en
Onda Global por Onda 97.3 FM
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