Lo que vimos y oímos la semana
pasada en la Asamblea Nacional con ocasión del acto de “rendición de cuentas”
del poder ejecutivo de su gestión 2015, nos dejó a los ciudadanos un desazón de país por demás preocupante. No es para
menos. Se está ante una crisis institucional y económica que nos ha explotado
justo en un momento cuando hay una tendencia progresiva a la baja de los
precios del petróleo por la sobre oferta existente en el mercado desde hace más
de un año. Nos toma por sorpresa, con una PDVSA operando por debajo de sus
niveles normales de producción con un
alto déficit de caja y endeudamiento interno y externo; además, distraída en funciones distintas a las de su
misión para la cual fue creada.
Esperábamos del presidente de la
república ese día, el reconocimiento de los desaciertos, errores y fracasos de
las políticas públicas relacionadas con la productividad y economía en general;
y, por ende, la rectificación del modelo que se ha venido aplicando. Nada de ello
ocurrió; por el contrario, volvió asumir
la misma actitud de siempre, echarle la culpa de todos los males a la
oposición, a los pocos sectores productivos privados que aún resisten las restricciones
y amenazas continuas; a factores externos e internacionales a quienes se les
atribuye formar parte activa junto con los nacionales de una conspiración y
guerra económica desestabilizadora de los planes de la revolución.
Un régimen que ha recibido, según
lo dicho por el propio jefe del Estado, la bicoca suma de 1 billón, 182 mil millones
de dólares en 17 años, no tiene justificación alguna para estar como estamos
como nación: empobrecida, endeudada e hipotecada. Una cifra extraordinaria que no
cuadra con la sumatoria total de inversiones,
obras y servicios hasta ahora ejecutadas en todo el territorio. Suficiente para
haber emprendido el progreso y
desarrollo humano, y estar disfrutando en estos tiempos de una mayor y mejor
calidad de vida integral. Misión que le corresponde a todo gobierno en
democracia cumplir. Estaríamos
igualmente en mejores condiciones para enfrentar y compensar la actual baja del
precio petrolero ($24,38/barril), que ya una vez, en época del segundo gobierno
de Rafael Caldera, llegó a 7 dólares. Ese entonces, recordamos aquella célebre
frase del ministro de la planificación, Teodoro Petkoff cuando dijo “Estamos
mal pero vamos bien”.
Para resolver la crisis, el
gobierno central ha decretado un “estado de emergencia económica” pero sin
renunciar al modelo que la produjo. Ningún
inversor extranjero moverá su capital sino hay confianza, credibilidad,
garantías claras y transparentes para asegurar los beneficios del capital
invertido. Menos cuando el presidente Maduro acaba de amenazar al parlamento en
cadena nacional de no aceptar bajo ninguna circunstancia ley de privatización
alguna.
La promesa de “futuro edén”
permanente de la revolución, no solo ya es insostenible económicamente sino
creíble, el estado le pesa una gigante deuda interna y externa, una producción
nacional desarticulada y sin divisas, un desabastecimiento de un 87%, una
inflación estimada para este año en más del 200%, y lo peor, un mercado
financiero internacional cada vez más difícil de acceso por cuanto no cumplimos
con requisitos y garantías exigidas. En resumen, enfrentamos una situación de
gobernabilidad muy delicada, si a ello le agregamos la conflictividad de
poderes a que pareciera jugar ejecutivo vs legislativo.
El tiempo o velocidad de
aceleración del clamor popular y de cambio, pudiera más temprano que tarde
sobrepasar el punto límite. Si los actores políticos y el gobierno no pueden
seguirlo, el cambio los dejará atrás. El ritmo de espera ha cambiado. La pasividad
de la gente disminuye gradualmente. Al fatalismo sucede la impaciencia. Hay
conciencia del pueblo que hay un grupo reducido que tiene demasiado y hay otro,
el mayoritario, que tiene poco o nada. Apostemos todos al éxito, no al fracaso.
Sin excusa.
Presidente
del Ifedec, Capítulo Bolívar @renenunez51
Los
domingos, 8 a 9 am, en Onda Global por Onda 97.3 F
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