Los que dirigen los
destinos nacionales, se han pasado el tiempo cambiando nombre de instituciones
democráticas e inventando soluciones que en muchos casos no tienen
correspondencia con las necesidades y aspiraciones de la gente. No han atacado
la raíz de los problemas estructurales de la crisis económica y humanitaria en proceso.
Pero, eso sí, no han dejado de untarlas de pasiones y sentimientos populosos
para mantener la esperanza viva del “futuro edén” que no termina de llegar ni
llegará por lo inviable del modelo político-económico instaurado. Dónde los
ciudadanos importan siempre y cuando no protesten o contradigan sus decisiones.
La democracia, como sistema político, ha sido
creada por las personas para realizar una vida en común con libertades,
igualdad y justicia. No es suficiente contar con estructuras de poder sino hay
valores, actitudes y conductas democráticas tanto entre los gobernados como los
gobernantes. La participación ciudadana, más que un deber, un derecho humano, para
exigir protección y respeto del espacio y la condiciones de vida.
En nuestro país, gobiernos y dirigentes, salvo
honradas excepciones, han estado alcanzando al poder para servirse asimismo y
no para servir a quienes se deben y
representan constitucionalmente, como lo son los ciudadanos. Han mezclado
y desvirtuado la función pública, personalizándola, cultivando el culto del
agradecimiento. Sus imágenes adornan vallas y equipos del Estado.
Las actitudes y modos de comportamientos
democráticos tienen como base la adhesión a valores de la dignidad de la
persona humana, de la búsqueda de la verdad, del desarrollo de la libertad y de
la justicia. De los resultados. El ciudadano no puede ser un “convidado de
piedra” en los pocos actos públicos que lo invitan, para solo oír y aplaudir. No.
El Estado, los gobiernos y dirigentes se deben a los ciudadanos. Cuando éstos lo
asumen en silencio, se convierten en cómplices de su propia tragedia o aislamiento
social y político.
Su función ha de ser siempre activa,
constituyéndose en un crítico objetivo permanente de las desviaciones, de los
abusos; opinando, discutiendo y cuestionando cuando el tema o caso así lo
amerite; ya sea en el gremio, la ONG, la escuela, la universidad, el trabajo, el
sindicato, la junta de vecinos, la iglesia, el partido político, etc. Hoy más
que nunca, en estos momentos de aciago democrático, se requiere de una voluntad
ciudadana real, sensata, efectiva y
decisiva para evitar que otros hagan o decidan por uno.
La calidad del voto es decisiva, eligiendo los
mejores, los decentes, los más idóneos y confiables de producir los cambios.
Igual, es responsabilidad del elector convencer a los indiferentes, quienes
permanecen ajenos a los problemas y asuntos del bien común. La fuerza de los
cambios que demanda la nación depende de una voluntad mayoritaria electoral
firme y entusiasta para exigirlos y mantenerlos en el tiempo. En la naturaleza todo
cambia y se transforma si cesar, a excepción de lo mineral. Decía el Papa Juan
Pablo VI “Evitad tanto el extremo de los que canonizan el pasado y creen que de
nada de él se debe cambiar, como también el muy peligroso extremismo de los que
quieren hacer por su cuenta cambios precipitados y sin reflexión, que más que
ser de provecho pueden convertirse en ruina y destrucción”.
@renenunez51 Presidente de Ifedec Bolívar
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