domingo, 6 de septiembre de 2015

Con una ciudadanía pro activa, tendríamos un mejor país




 Los que dirigen los destinos nacionales, se han pasado el tiempo cambiando nombre de instituciones democráticas e inventando soluciones que en muchos casos no tienen correspondencia con las necesidades y aspiraciones de la gente. No han atacado la raíz de los problemas estructurales de la crisis económica y humanitaria en proceso. Pero, eso sí, no han dejado de untarlas de pasiones y sentimientos populosos para mantener la esperanza viva del “futuro edén” que no termina de llegar ni llegará por lo inviable del modelo político-económico instaurado. Dónde los ciudadanos importan siempre y cuando no protesten o contradigan sus decisiones.
 La democracia, como sistema político, ha sido creada por las personas para realizar una vida en común con libertades, igualdad y justicia. No es suficiente contar con estructuras de poder sino hay valores, actitudes y conductas democráticas tanto entre los gobernados como los gobernantes. La participación ciudadana, más que un deber, un derecho humano, para exigir protección y respeto del espacio y la condiciones de vida.
 En nuestro país, gobiernos y dirigentes, salvo honradas excepciones, han estado alcanzando al poder para servirse asimismo y no para servir a quienes se deben y  representan constitucionalmente, como lo son los ciudadanos. Han mezclado y desvirtuado la función pública, personalizándola, cultivando el culto del agradecimiento. Sus imágenes adornan vallas y equipos del Estado.
 Las actitudes y modos de comportamientos democráticos tienen como base la adhesión a valores de la dignidad de la persona humana, de la búsqueda de la verdad, del desarrollo de la libertad y de la justicia. De los resultados. El ciudadano no puede ser un “convidado de piedra” en los pocos actos públicos que lo invitan, para solo oír y aplaudir. No. El Estado, los gobiernos y dirigentes se deben a los ciudadanos. Cuando éstos lo asumen en silencio, se convierten en cómplices de su propia tragedia o aislamiento social y político.
 Su función ha de ser siempre activa, constituyéndose en un crítico objetivo permanente de las desviaciones, de los abusos; opinando, discutiendo y cuestionando cuando el tema o caso así lo amerite; ya sea en el gremio, la ONG, la escuela, la universidad, el trabajo, el sindicato, la junta de vecinos, la iglesia, el partido político, etc. Hoy más que nunca, en estos momentos de aciago democrático, se requiere de una voluntad ciudadana real, sensata,  efectiva y decisiva para evitar que otros hagan o decidan por uno.
 La calidad del voto es decisiva, eligiendo los mejores, los decentes, los más idóneos y confiables de producir los cambios. Igual, es responsabilidad del elector convencer a los indiferentes, quienes permanecen ajenos a los problemas y asuntos del bien común. La fuerza de los cambios que demanda la nación depende de una voluntad mayoritaria electoral firme y entusiasta para exigirlos y mantenerlos en el tiempo. En la naturaleza todo cambia y se transforma si cesar, a excepción de lo mineral. Decía el Papa Juan Pablo VI “Evitad tanto el extremo de los que canonizan el pasado y creen que de nada de él se debe cambiar, como también el muy peligroso extremismo de los que quieren hacer por su cuenta cambios precipitados y sin reflexión, que más que ser de provecho pueden convertirse en ruina y destrucción”.
@renenunez51          Presidente de Ifedec Bolívar                                                                                   

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