En los primeros cuarenta años de ejercicio republicano
liberal se construyó y fortaleció la democracia venezolana. Igualmente se inició,
lento pero firme, un proceso de progreso y desarrollo humano después de la
caída de la dictadura de Pérez Jiménez.
Los gobiernos de turno, unos más que otros,
mantuvieron sus planes quinquenales en la procura de mejorar las condiciones de
vida de los ciudadanos. Obviamente, no
fue un avance agigantado en todos los órdenes como debió ocurrir; pues siempre tuvimos
de sobra, lo seguimos teniendo, recursos minerales, humanos y financieros suficientes
para habernos transformado en una sociedad de primer mundo con una economía
diversificada, incluyente, no rentista petrolera.
Este proceso incipiente de industrialización
iniciado en Zulia, Bolívar, Anzoátegui, Carabobo, entre otros estados, se achicó
con la llegada al poder de Chávez, luego de Maduro, responsables de la
instauración y continuación respectivamente de un modelo político, económico y
social distinto al heredado constitucionalmente de la llamada IV república.
Desde su instalación progresiva, no ha parado la destrucción de la
institucionalidad, la contracción del
sector privado en la economía, la merma de libertades ciudadanas y el
empoderamiento del ejecutivo como autoridad suprema de planificación y control
total del Estado y de la sociedad.
Haciendo memoria de los años sesenta y setenta,
la mayoría de mi generación, éramos pobres pero ricos con dignidad. Tuvimos la dicha
de crecer bajo las égidas de valores y principios moralistas, cívicos y éticos de
nuestros padres, muy superiores en cuanto a obediencia a los que hoy se
experimenta en esta Venezuela irreconocible, dividida, intimidada, de odios
ideológicos y resentimientos sociales.
Nuestros patriarcas, casi todos sin estudios
completos de primaria, fueron exigentes a la hora de la disciplina y el respeto.
Seres virtuosos, serios, solidarios, trabajadores incansables, visionarios de
los tiempos por venir; por eso, nos inculcaban a cada rato la necesidad de
estudiar para que cuando llegaran estuviéramos preparados para competir y
subsistir.
Se contó -ese entonces- con un Estado y unos gobiernos
facilitadores y cumplidores en materia de educación. Oportunidad que no
desaprovechamos. Estudiamos como la mayoría nacional en una escuela primaria
pública (Napoleón Narváez, Tacarigua de Margarita) con unos maestros
comprometidos y exigentes no solo en la enseñanza sino en la moral y cívica. Recuerdo, la escuela tenía un servicio de
comedor; el cual solo podían disfrutarlo los niños que por su bajo peso y estatura requerían de
una alimentación balanceada y adecuada. A
nivel de secundaria, tuvimos garantizados un transporte público que nos llevaba
y traía en la mañana como en la tarde del liceo (Francisco Antonio Rísquez, La
Asunción). Dotado de profesores, unos
empíricos otros graduados, pero todos muy competentes en la transmisión del
conocimiento de su materia. El grado profesional universitario, en mi caso, lo
obtuvimos en la Universidad Central de Venezuela, para satisfacción familiar.
Con orgullo, 6 hermanos lo logramos en diferentes universidades.
Porque estoy convencido que esta vivencias la
tienen -por igual- la inmensa mayoría de los venezolanos de la época, son las
razones por las cuales esta semana las traigo a colación para destacar la
importancia que representan los valores familiares, contar con un Estado cumpliendo
con su rol de cooperador en el crecimiento de cada venezolano, únicos
responsables de diseñar su futuro individual y familiar.
El
Estado se debe a los ciudadanos, no los ciudadanos al Estado; como ha venido
pretendiendo en estos últimos dieciséis años el régimen de turno a través de un
modelo conspirador de todo estos buenos
y sanos propósitos familiares y humanos.
Por ello fracasó ese modelo. El mismo que ha
fracasado en varios países donde intentaron aplicarlo. Las libertades, los
derechos de vida, el respeto a la propiedad privada, son derechos humanos
irrenunciables e innegociables. Inaceptable
ver un gobierno nacional intentando apropiarse
de todos ellos para decidir qué, cómo y cuándo los ciudadanos debemos opinar,
pensar, actuar, trabajar, vestirse y alimentarse.
Cuando Chávez dijo “Ser rico es malo, ser pobre es bueno” “No importa andar desnudos, no
importa no comer, todo por la revolución”,
tenía conciencia plena del modelo que quería aplicarnos.
Recuperar
el modelo anterior, ampliarlo, mejorarlo con nuevos actores políticos
capacitados, decentes y motivación al logro, ha de ser el reto de todos los
venezolanos que creemos en las libertades, en la inclusión social, el progreso
y el desarrollo humano. Este 6 de diciembre tenemos la oportunidad de iniciar
el rescate de la ruta democrática votando masivamente.
Presidente
del Ifedec Bolívar @renenunez51
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