La llamada izquierda venezolana revolucionaria,
socialista, llegó a Miraflores con Hugo Rafael Chávez Frías en 1999, quien prometió
acabar con todos los males y abusos cometidos
por los partidos de la IV república. Juró ante el pueblo, hacer de Venezuela un
paraíso terrenal, de prosperidad,
“igualitario”, de justicia y de libertades.
Lo primero que hizo el primer día fue declarar
“moribunda” la constitución para llamar de enseguida a un proceso constituyente
con la finalidad de crear una nueva constitución. Vale recordar que Chávez
venía de capitanear una intentona golpista fallida contra el presidente de ese
entonces: Carlos Andrés Pérez, el 4 de febrero de 1992. El trabajo de cambio de perfil de militar golpista por el de civil fue obra política de
intelectuales, de distinguidos grupos económicos (oligarquía), de propietarios
de los más importantes medios impresos,
radiales y televisivos, de un sector de la iglesia cristiana, y de
personalidades partidistas con problemas de dominio en sus toldas, que miraron
una oportunidad más para formar parte del “status quo del poder nacional”. Esfuerzo
en vano porque “el tiro le salió por la culata” cuando el camuflado presidente
demócrata comenzó a sacar las banderas del socialismo cubano pensando en la
perpetuidad en el poder.
Este experimento nos ha costado después de 16
años un elevado costo político, económico y social que hoy sufrimos las
mayorías nacionales. El “futuro edén” sigue en deuda, como han quedado otros
pueblos con ensayos similares.
Los chavistas ahora maduristas, destruyeron lo
que con tanto esfuerzo y sacrificio se había logrado en los primeros cuarenta
años de democracia. No se podía esperar resultados distintos con un modelo
centralista, excluyente, retrógrado y fracasado. Fabricante de pobreza, de divisiones,
de odios, de resentimientos sociales; donde
solo la cúpula revolucionaria, sus familias y enchufados gozan de prerrogativas
y prebendas que los distinguen vivir como reyes y capitalistas del resto de la
sociedad venezolana.
Un sistema que reivindica la “socialización”
como prédica constante pero que en la práctica muestra un desprecio por la
autonomía e independencia del individuo; abrogándose de su accionar político,
de la planificación de sus actividades como sociedad. Un compendio de aparentes
buenas intenciones.
Hay verdades irrebatibles e irrenunciables que
los seres humanos no podemos dejar de valorar, defender y ¿por qué no?
servirnos de “anti cuerpo mental” frente el dominio de quienes pretendan
independientemente de la ideología apoderarse de nuestras vidas. Somos dueños
de nuestras vidas, de nuestra propiedad. Nuestra supervivencia es inseparable
de nuestras necesidades materiales, nuestros derechos terminan donde empiezan
los del otro. El respeto a la propiedad ajena es la única garantía de paz.
La solidaridad, la cooperación social, la
participación en los quehaceres de la vida como país no requiere de imposición
política de una mayoría, de un partido único, de un dictador, de un
autoritario.
Venezuela,
uno de los países más ricos y con las reservas más grandes de petróleo de
América Latina atraviesa por graves problemas económicos: inflación sin precedentes,
devaluaciones constantes, abultada deuda interna y externa, y un
desabastecimiento progresivo de productos básicos, medicina, nunca vistos en ese país, todo esto es el
resultado de un modelo económico equivocado.
El
único culpable de las colas, de la escasez, del bajo poder adquisitivo, de la
improductividad, de la corrupción, de las violaciones de los derechos humanos,
de la inflación, de la delincuencia, de
la miseria y de la pobreza es el gobierno nacional. No tiene excusas de ninguna
naturaleza. Ha tenido todo, suficiente dinero, poderes públicos sumisos y apoyo
popular. No puede seguir buscando “chivos expiatorios” para evadir responsabilidades
constitucionales. Si no puede presidente, renuncie. Habrá otro mejor que lo
haga. Piense en los 30 millones de venezolanos.
Presidente
del Ifedec, capítulo Estado Bolívar
@renenunez51
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