Regímenes como el que
tenemos en el país, siempre han considerado a la iglesia católica como un factor perturbador de su proceso por la labor y
el contacto permanente que mantienen con los distintos estratos sociales
llevando la palabra de Dios para convertirlos en buenos ciudadanos humanos. Sin
ir tan lejos, desde que llegó al poder en Cuba el ateo Fidel Castro, nuestra
religión ha sido mal tratada, humillada y vejada por la dictadura comunista. La
visita de Juan Pablo II a la isla en enero de 1998, logró con Raúl Castro una
ligera distensión que ha permitido -desde entonces- a laicos cristianos cubanos
practicar la religión con menos restricciones y amenazas. Recordamos de ese Papa -ahora Santo- el extraordinario discurso
pronunciado ante los jóvenes “He venido a
Cuba, como mensajero de la verdad y la esperanza, para traerles la Buena
Noticia, para anunciarles «el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor
nuestro». Sólo este amor puede iluminar la noche de la soledad humana; sólo él
es capaz de confortar la esperanza de los hombres en la búsqueda de la
felicidad”. Esta felicidad invocada confirma la presencia activa de la
iglesia en la lucha social por mejores hombres y mujeres renovados en la fe y
la esperanza para servir al prójimo de bondades y fortalezas para su
emancipación como ser humano en libertad y en paz. Eso es política pero
política sana, sin colores ni ideologías específicas, pugnando siempre por el
bien común donde todos los seres humanos tengamos las capacidades y las oportunidades
garantizadas de vida.
En estos últimos 16 años los que nos gobiernan
no han dejado de declararse católicos a conveniencia. Nos trae el recuerdo de
Chávez en cada intervención de televisión mostrando con sus manos alzadas el
crucifijo de Cristo redentor. Bastaba que un prelado o la Conferencia Episcopal
Venezolana (CEV) se pronunciara exigiendo justicia social, para que el expresidente fallecido reaccionara contra
el clérigo con descalificaciones e injurias. Todavía me retumba en los oídos
los agravios antes y después de su muerte contra el Cardenal Ignacio Velasco,
entre otras frases “Se vería en el infierno con él” “No le di una patada voladora por respeto al
ser humano”. Por cierto, el 11 de abril cuando Chávez fue sacado de la
presidencia abruptamente, para entregarse puso como condición la presencia del
Cardenal Velasco en resguardo de su integridad personal y la de su familia. Por
instrucciones de éste, Monseñor Baltazar Porras acompaño a Chávez hasta el
fuerte Tiuna. Igual recuerdo el discurso del jefe de estado a su regreso cuando
el general Isaías Baduel, hoy preso (de Chávez), lo rescató y lo puso de nuevo
en Miraflores, sus primeras palabras cargadas de emociones, de autocrítica, de
arrepentimiento pero sobre todo de reconocimiento sublime a los oportunos y
cristianos oficios de los monseñores Velasco y Porras, garantes de su vida en
difícil momento cuando tenía de espalda a un sector militar.
Maduro, sucesor impuesto por Chávez, no ha
dejado de seguir el mismo patrón, el mismo trato anfibológico contra nuestra
religión. Acaba de hacerlo contra la CEV porque ésta dijo lo que la oposición
no ha sostenido con claridad meridiana, que la causa de la grave crisis
nacional es el modelo político autoritario aplicado, de controles e
intervención estatal a todo nivel. El vicepresidente Arreaza, ufanado de ser un
irreverente católico, también manifestó su desacuerdo exigiendo a los
sacerdotes quitarse las sotanas para hablar de política. Lo último, en el acto
de entrega de la memoria y cuenta del
año de su gestión pública, el presidente se refugió y dejó todo el peso de la
responsabilidad en manos de Dios reconociendo sus manifiestas incapacidades
para gobernar con eficiencia y transparencia.
Traigo a reflexión esta historia del
socialismo del siglo XXI en marcha, porque me parece necesario aclarar y poner
en discusión abierta la responsabilidad política de la iglesia católica en
nuestra sociedad como cualquier otra institución o sector no gubernamental con iguales
derechos de opinión en esto de la política cuando se aleja de la protección de
la vida, de los derechos humanos, de las libertades.
La razón es simple, el evangelio no es más que
un compromiso con los pies en la tierra en defensa de un mundo incluyente, de respeto,
de amor, de solidaridad humana, de paz. No es un monasterio de altos muros que
le impide ver las desigualdades y mal tratos entre gobiernos y gobernados sin
poder cumplir con los sagrados diez
mandamientos. No hay domingo donde el celebrante de la misa no haga hincapié en
la responsabilidad cristiana de estar siempre de lado de los pobres. No lo hacen
para buscar o aspirar un cargo político burocrático porque se le tiene prohibido.
La iglesia católica no puede ser esquiva ni indiferente mirar como tantos
ciudadanos caen abatidos por la violencia, en la pobreza y en vicios de toda
índole mientras los rectores del Estado se mantienen indolentes, insensibles,
ocupados y concentrados en como servirse asimismo preferentemente y perpetuarse
en el poder. Los feligreses tenemos responsabilidades compartidas con Dios y la
política, saber a quién elegir. La disputa por el dominio de la verdad, la
iglesia cumple su función sin necesidad de tener que demostrar el credo.
Presidente
del Ifedec, capítulo Estado Bolívar
@renenunez51
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