martes, 4 de noviembre de 2014

¿Encantadores de pueblo?



 TODA república que se precie democrática, como la nuestra, está obligada a garantizar a los nacionales -sin distingo alguno- los derechos fundamentales de la vida, de la libertad y del respeto al derecho ajeno. El de la propiedad privada. Esa es la razón por lo cual hoy en día los pueblos eligen gobiernos no monarquías, parlamentos no aristocracias.
Cuando se violan esas responsabilidades constitucionales, los ciudadanos tienen la obligación moral y política de oponerse y de exigir su cumplimiento; por cuanto se atenta contra los sagrados derechos humanos.  Derechos que son irrenunciables e innegociables, no transferibles bajo ninguna circunstancia y razón. Mientras mayor conciencia se tenga de ellos, mayores posibilidades  para contar con un mejor sistema de vida seguro, justo y libre.
 Nada más temible, destructor y desestabilizador  que los gobiernos populosos. Vendedores de esperanza. La historia de América Latina ha estado plagada de estos fariseos de la política de bien común. Detrás de sus promesas inviables e insostenibles, siempre ha privado un objetivo central: la preservación del poder y la hegemonía política  a través de la popularidad entre las masas.
 Venezuela no ha escapado de la secuela de este flagelo socio-político, tal vez sea ésta la razón del por qué nuestra nación no ha logrado progreso y   desarrollo nacional sustentable, a pesar de la inmensa y variada riqueza natural que seguimos teniendo.
  El líder populoso se caracteriza por lograr un encantamiento mágico y metafórico con las multitudes, en especial con las clases más vulnerables. Lo hizo Carlos Andrés Pérez en el siglo pasado,  después Hugo Chávez Frías en el actual.  Todavía tenemos frescos los ofrecimientos de su campaña electoral de 1998, como los de terminar con los niños de la calle y la de renunciar en 6 meses si no lo hacía; la de convertir la bases aérea “Generalísimo Francisco de Miranda”, conocida como aeropuerto de La Carlota en un parque temático con olas artificiales; la de gobernar por solo 5 años; no cerrar ningún medio de comunicación;  “El río Guaire será limpiado bajo mi gobierno y los caraqueños podrán navegar en él; Invito a todos a bañarnos en el río Guaire”; convertir a Miraflores en una Universidad; dar continuidad al proceso de privatización de las empresas públicas; eliminar varios ministerios, reduciéndolos a un número máximo de 11 (hoy hay más de 30); no caer en "la tentación de devaluar la moneda para resolver el déficit fiscal"; "limpiar a Venezuela de la corrupción y hacer un piso nuevo para el país"; el combate a la inseguridad con brazo de hierro; “los hospitales serán dotados con los insumos necesarios y contaremos con la mejor estructura de salud en el continente”.
 Con la llegada de Nicolás Maduro, éstas como las nuevas  ofertas siguen en pie; sin embargo, dejaríamos de ser objetivo si no reconociéramos  que el encantamiento chavista se mantiene vivo, una mitad de la población sigue creyendo en ellas.
 Inexplicable, a pesar de que el régimen persiste en la reducción y limitación de la libertad de las personas, mantiene bajo control los poderes públicos,  hay una corrupción galopante, una inflación alta de dos dígitos, una inseguridad incontrolable que al año deja más de 20 mil muertos, una escasez de alimentos y productos de todo tipo, importando materias primas, gasolina y petróleo.
 La conexión con las clases populares sigue siendo la misma, se sigue jugando con las pasiones, las ilusiones y los ideales de la población prometiendo lo imposible, aprovechándose de sus necesidades, tomando decisiones sin lógica y sin razón que en nada favorecen para  atacar las causas estructurales de la crisis económica, moral y ética que se vive.  La estrategia de la lucha de clases, continúa firme para hacer creer que los culpables de la miseria y de la pobreza son los ricos, cuya riqueza ha de redistribuirse entre los pobres.  Lo político sigue privando ante lo económico. Entretanto, los desequilibrios macroeconómicos, la baja del precio del crudo petrolero, están poniendo en peligro la gobernabilidad y la democracia.
 Las consecuencias de estos procesos de masificación es la deshumanización del hombre y de la mujer. Al juicio crítico se le trata de sustituir  con reacción afectiva. En fin, estas personas son capaces de todos los sacrificios por mitos que le son impuestos y a los que se aferra emocionalmente, imposibilitando de percatarse de la dimensión exacta de sus actos.
 “Las políticas populistas que promueven las divisiones entre los ricos y los pobres siembran la semilla de la inestabilidad social y la destrucción económica”,  Christopher Lingle.
Presidente del Ifedec, capítulo Estado Bolívar      @renenunez51

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