La patria es una sola. No se debe concebir de otra manera. La lucha
independentista librada por nuestros libertadores, se hizo para lograr una
nación independiente y soberana. Un proceso de integración y no de dependencia
de otros gobiernos o sistemas políticos.
Después de 200 años, estamos como nación muy
preocupados. Pareciera estamos retrocediendo a tiempos pretéritos difíciles,
superados. Se observa una creciente pérdida de identidad y de pertenencia hasta
tal punto que se habla a todo nivel como una realidad normal de dos mitades de
país, una a favor del gobierno, otra en su contra. La primera protegida y con
un trato especial por parte del gobierno
nacional y del propio Estado.
Se habla de opciones pero muy poco de
integración, un nuevo proceso de cambio que ha de asumirse con responsabilidad
para de nuevo encaminarnos y encontrarnos donde nos dejó unidos la gesta
heroica de Bolívar. Pasando por convertir la integración en una norma o un
derecho sagrado de respeto entre si independientemente de la rotación de
liderazgos, dirigentes y gobiernos.
Con una Venezuela dividida no es posible construir progreso y desarrollo, menos paz. No
se puede desempeñar un rol en lo político, en lo económico, en lo social o en
lo cultural que garantice el orden, la justicia y el bienestar, competencia de
todo Estado que se precie democrático y humano.
La
lucha de clases, los odios y los resentimientos sociales inducidos desde las
propias estructuras del Estado como de algunos focos aislados de la sociedad
hace de cualquier esfuerzo unificador una tarea nada dable. No obsta, en todo
caso, el arrojo, la bravura para asumir y alcanzar el reto de unión y de paz.
Tal vez no sea una meta de llegada, sino una etapa para desarrollar todo esa energía en favor de unidad-país con sus
naturales diferencias y diversidades de pensamientos.
El gobierno debe dar un ejemplo si de verdad
cree en la unión y la paz interna de los venezolanos. No debe seguir adelante
sometiéndonos con amenazas y chantaje mediante el uso indebido de los poderes
del Estado a un proceso de sujeción ideológica y de división.
El hombre es un ser racional y libre.
Responsable de sus destinos y, por tanto, tiene derecho a ser protagonista de
su misión de vida. Así como se habla de la libre determinación de los pueblos y
la no injerencia en los asuntos internos de otro país; también a los ciudadanos le corresponde el derecho
individual y colectivo de autorrealización. A expresar sus distintas formas de
concebir la realización de sus fines. En otras palabras, el derecho a disentir y a expresar su
disentimiento. A su imaginación creadora.
Hay doble moral cuando el régimen de turno
invoca hermandad, pluralidad ideológica a nivel internacional y adentro lo
niega. Inaceptable. Los gobiernos en democracia se eligen por delegación de los
ciudadanos para que administren los bienes y servicios de la nación de una
manera eficiente y transparente, a satisfacción de ellos. El Estado y los
gobiernos se deben a los ciudadanos y no los ciudadanos al Estado y gobiernos.
Nuestro principal problema cultural político estructural que venimos padeciendo
desde hace muchos lustros. Su responsabilidad mayúscula es la de armonizar los
variados y complejos intereses de todos los sectores para alcanzar las metas
históricas comunes que están por encima de
las diferencias y las ambiciones del
momento de cualquier fracción ciudadana o dirigencia.
Los que luchan y aspiran a ser gobiernos: los
Opositores, desde el mismo momento cuando lleguen al poder, dejan de
representar su organización o alianza partidista para gobernar sin preferencia
alguna.
El proceso de integración requiere la voluntad
política de esas dos mitades de país que tenemos hoy en día, irreconocibles e
intratables una a la otra. La constancia y perseverancia para superar las dificultades
y la complejidad extrema que los separa es el desafío por vencer con humildad,
inteligencia y tolerancia. Estoy claro,
no es un problema sencillo ni fácil.
Simplemente, se trata de una convicción de humanidad, de vida.
Cuando hago estas reflexiones las hago
consciente en una coyuntura muy difícil, tal vez incomprensible para ambas
mitades; pero, situarse en el centro mismo de las contradicciones y al mismo
tiempo, en la esperanza de la rectificación, es lo que me lleva por este
atajuelo a encender con luz propia la voluntad humana de todo un pueblo para
que sume su apoyo en esta noble tarea de reconciliación de país.
La comprensión es saber y sentir que hemos
aprendido de nuestros errores y diferencias. Nos corresponde la escritura de
una nueva historia, la unidad de los venezolanos, sin la cual no seremos una
sociedad independiente y soberana. Continuar separados, ignorando la grave
crisis general que padecemos, nos
convierte en facilitadores de nuestra propia destrucción. San Agustín repetía
que la humildad es la verdad, o sea, reconocimiento de los valores, que son
muchos. Venezuela somos todos.
Presidente
del Ifedec, capítulo Estado Bolívar
@renenunez51
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