La historia de la humanidad registra una lucha
histórica entre el Bien y el Mal, para algunas religiones como la cristiana y
la judía, entre Dios y Satanás. Dios es amor, Satanás pecado. La diferenciación
de ambos conceptos se complica cuando se trata de dar respuesta ¿Qué es lo
bueno y qué es lo malo? A los pequeños en cada sociedad, de acuerdo con su
cultura, se les inculca la moral como un valor. La moral de los comunistas es
diferente a la moral de los demócratas, por poner un ejemplo. Platón decía que
el Bien es la idea suprema y que el Mal la ignorancia. Lo que si no debería
tener discusión terrenal, aunque todavía una parte importante de la humanidad
no termina de aceptarla, es que solo en libertad se debe elegir esos valores.
Por ello, no dejo de insistir que regímenes autoritarios, cualesquiera sean sus
signos ideológicos, en sí mismo encarnan violencia cuando imponen a la fuerza y
en contra de la voluntad de las mayorías sus valores y el sistema de vida.
Empero, más allá del absolutismo o el relativismo
en discusión, hay una realidad que no se puede negar. Dos sentimientos
naturales presentes en el hombre y la mujer: el amor y el miedo. La ira es un miedo disfrazado. El
júbilo, el éxito, la sensación de logro y éxito, la apreciación del arte, son
todas formas de amor, según la
metafísica. La diferencia radica en que el amor es creativo, y el miedo es
destructivo. El dilema que se le plantea al ser humano es la elección de estos
sentimientos para gobernar sus vidas. En positivo o en negativo. La violencia
es sinónimo de maldad, de perturbación, de pavor.
Para algunos, la violencia es un medio y un
fin a la vez. Una acción realizada de manera consciente y adrede
para generar un tipo de daño físico
o emocional a la víctima, o su muerte.
El vil asesinato de Mónica Spear y de su pareja, donde salió herida su hija de
5 años, gracias a Dios fuera de peligro, es el común denominador trágico de
todos los días; solo el año pasado fueron 24.700 producto de la violencia que
se viene imponiendo como un tipo de terrorismo en el país, y donde el gobierno
y los poderes públicos no han mostrado capacidad e interés de contenerlo o
reducirlo.
Que seamos uno de los países más inseguros del
mundo no es un problema de imperio o de contrarrevolución., sino de un
desgobierno y unos poderes públicos que operan impunemente frente al abuso y el
crimen. Tener una tasa de 79 muertos por 100.000 habitantes, con una población
de 28 millones, y estar detrás de El Salvador y Honduras en el ranking,
confirma estadísticamente que no es un espejismo como en varias ocasiones
voceros oficiales ha querido atribuir. Hay un miedo colectivo en la población las
24 horas al día que nos hace indefensos y presos de terror. Los que fueron elegidos para darnos y
garantizarnos una vida más próspera, segura y en paz, andan con otras prioridades que
nada tiene que ver con los valores y principios democráticos y humanos previstos en la Constitución Nacional.
Su prioridad desde hace 15 años ha sido y sigue siendo la revolución, y no el
ciudadano.
19 planes de seguridad se han puesto en marcha
bajo la dirección de militares revolucionarios sin resultados favorables. El
presidente Maduro, lo que nunca hizo el difunto presidente, acaba de
reconocerlo, nos promete otro plan de pacificación para el 4 de febrero, una
fecha de violencia que el régimen celebra por lo alto todos los años. Lo que si estamos seguro si éste nuevo
proyecto no contempla garantías del ejercicio del respeto a las ideas de los
venezolanos, un trato igual a todos ante la ley, libertades económicas y
productivas, autonomía e independencia
de poderes públicos, el desarme sincero del “culto a la violencia”, inoculada
por una lucha de clases como estrategia ideológica y de gobierno, respuestas a
problemas sociales de manera oportuna y transparente, será en vano el esfuerzo.
Presidente
del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar
@renenunezr
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