Con los resultados de las elecciones del
domingo pasado, confieso, tenía algunas
reservas inducidas por la forma como nuestra
sociedad se ha venido comportando en las últimas décadas. Los venezolanos
arrastran una cultura política nada coherente y consistente en materia de integración y desarrollo
nacional, caracterizada por una viveza “criolla” para saltar la norma, por lo corto de memoria para recordar causas y
efectos de las falencias y limitaciones, por la flojera y poca valoración que tienen
del trabajo y de la productividad, por lo fácil para dejarse tentar por vicios,
hábitos y malas conductas, por la desmesurada ambición de poder de la
dirigencia, por la queja y crítica permanente ciudadana sin participación para combatirla,
por la exigencia de cambios a otros sin cambiar ellos, por el desprecio a la
planificación y continuidad administrativa, por echar la culpa de sus
responsabilidades a otros, por el irrespeto a los acuerdos, y sobre todo, por
no tener paciencia para construir el camino del éxito, de la prosperidad unidos
con valores y principios como rectores de la conducta pública.
Las mayorías se siguen equivocando electoralmente,
desaprovechando oportunidades para revertir la situación que les impide el
progreso y la justicia social. No hay
otra manera de juzgar objetivamente
estos resultados, sin el reconocimiento de la magnitud de los daños
estructurales del funcionamiento del actual Estado democrático, de los abusos,
de las desigualdades sociales, de la destrucción acelerada de la producción
nacional privada y pública, del poder adquisitivo, de las irregularidades
administrativas. Hay que ser masoquista o “tontos útiles” para no darse cuenta
de la farsa y explotación de la dignidad humana de que están haciendo objeto del
gobierno nacional, cuya arma efectiva hasta ahora utilizada ha sido la compra
de conciencia de compatriotas con regalos, subsidios, y dinero haciéndolos olvidar por un momento de sus
tragedias o dramas sociales que padecen en cada proceso eleccionario.
Por otro lado, la oposición no termina de
convertirse en una alternativa democrática capaz de incorporar a todos los
sectores en una misma dirección de lucha y de visión de país compartida, donde
los partidos políticos han de ser unos actores más con el mismo peso
protagónico y participativo que deben tener la sociedad civil organizada en
todos sus ámbitos. Ya no se trata de
seguir encarando un frente político solamente electoral para dominar el poder
ejecutivo o legislativo, llegó la hora para, paralelamente, declarar la
dialéctica democrática sin tregua al sistema socialista comunista en marcha, cuyos
promotores y ejecutores, dirigidos desde Cuba, no escatiman esfuerzos con los
recursos del Estado en defenderlo, auparlo y legalizarlo al mero estilo castrista,
aprovechando el control absoluto que tienen de los poderes públicos.
Hasta ahora la disidencia no ha obrado
consistentemente en difundir a las nuevas generaciones que no vivieron ni
conocen fortalezas y bondades del sistema de vida política libre y de
oportunidades más humano que se conoce en el mundo, como lo es el democrático; tampoco
las probadas debilidades y amenazas del
autoritarismo del chavismo. Mientras ellos disciplinadamente repiten el guion cubano
maquillado de democracia en lo que les interesa, por ahora; los opositores por
su lado lo ha hecho distinto, cada uno le ha dado un toque personal o
partidista; omitiendo el refrescamiento de los innumerables y seguidos actos
inmorales e inhumanos de estos últimos quince años cometidos bajo el gobierno
de Chávez, ahora de Maduro. No se ha hecho hincapié como se vivía antes y como se
vive ahora en todos los aspectos de la vida diaria familiar, jurídica y
constitucional. A los auténticos demócratas nos asiste sobrada razones para
hacerlo sin miedo y prejuicios ideológicos o políticos; ellos no las tienen, sus
contradictorias conductas en lo que piensan y en lo que hacen son evidentes que
no pasan la prueba de la transparencia, de la ética, menos de la eficiencia y
de la equidad social.
La solidaridad ha de ser inteligente, no puede
ser que estudiantes o profesores, o empleados o médicos o enfermeros o
dirigentes sindicales u obreros o gremios profesionales o técnicos o gremios comerciales
o industriales, entre otros, continúen cada uno por su lado defendiéndose
cuando la causa es la misma y justa. En la unión está la fuerza.
Presidente del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar @renenunezr
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