miércoles, 11 de diciembre de 2013

Realidad electoral, reflexiones autocríticas



 Con los resultados de las elecciones del domingo pasado, confieso,  tenía algunas reservas  inducidas por la forma como nuestra sociedad se ha venido comportando en las últimas décadas. Los venezolanos arrastran una cultura política nada coherente y consistente  en materia de integración y desarrollo nacional, caracterizada por una viveza  “criolla” para saltar la norma,  por lo corto de memoria para recordar causas y efectos de las falencias y limitaciones,  por la flojera y poca valoración que tienen del trabajo y de la productividad, por lo fácil para dejarse tentar por vicios, hábitos y malas conductas, por la desmesurada ambición de poder de la dirigencia, por la queja y crítica permanente  ciudadana sin participación para combatirla, por la exigencia de cambios a otros sin cambiar ellos, por el desprecio a la planificación y continuidad administrativa, por echar la culpa de sus responsabilidades a otros, por el irrespeto a los acuerdos, y sobre todo, por no tener paciencia para construir el camino del éxito, de la prosperidad unidos con valores y principios como rectores de la conducta pública.
 Las mayorías se siguen equivocando electoralmente, desaprovechando oportunidades para revertir la situación que les impide el progreso y la justicia social.  No hay otra manera de  juzgar objetivamente estos resultados, sin el reconocimiento de la magnitud de los daños estructurales del funcionamiento del actual Estado democrático, de los abusos, de las desigualdades sociales, de la destrucción acelerada de la producción nacional privada y pública, del poder adquisitivo, de las irregularidades administrativas. Hay que ser masoquista o “tontos útiles” para no darse cuenta de la farsa y explotación de la dignidad humana de que están haciendo objeto del gobierno nacional, cuya arma efectiva hasta ahora utilizada ha sido la compra de conciencia de compatriotas con regalos, subsidios, y dinero  haciéndolos olvidar por un momento de sus tragedias o dramas sociales que padecen en cada proceso eleccionario. 
 Por otro lado, la oposición no termina de convertirse en una alternativa democrática capaz de incorporar a todos los sectores en una misma dirección de lucha y de visión de país compartida, donde los partidos políticos han de ser unos actores más con el mismo peso protagónico y participativo que deben tener la sociedad civil organizada en todos sus ámbitos. Ya no se trata de  seguir encarando un frente político solamente electoral para dominar el poder ejecutivo o legislativo, llegó la hora para, paralelamente, declarar la dialéctica democrática sin tregua al sistema socialista comunista en marcha, cuyos promotores y ejecutores, dirigidos desde Cuba, no escatiman esfuerzos con los recursos del Estado en defenderlo, auparlo y legalizarlo al mero estilo castrista, aprovechando el control absoluto que tienen de los poderes públicos.
 Hasta ahora la disidencia no ha obrado consistentemente  en difundir a  las nuevas generaciones que no vivieron ni conocen fortalezas y bondades del sistema de vida política libre y de oportunidades más humano que se conoce en el mundo, como lo es el democrático; tampoco  las probadas debilidades y amenazas del autoritarismo del chavismo. Mientras ellos disciplinadamente repiten el guion cubano maquillado de democracia en lo que les interesa, por ahora; los opositores por su lado lo ha hecho distinto, cada uno le ha dado un toque personal o partidista; omitiendo el refrescamiento de los innumerables y seguidos actos inmorales e inhumanos de estos últimos quince años cometidos bajo el gobierno de Chávez, ahora de Maduro. No se ha hecho hincapié como se vivía antes y como se vive ahora en todos los aspectos de la vida diaria familiar, jurídica y constitucional. A los auténticos demócratas nos asiste sobrada razones para hacerlo sin miedo y prejuicios ideológicos o políticos; ellos no las tienen, sus contradictorias conductas en lo que piensan y en lo que hacen son evidentes que no pasan la prueba de la transparencia, de la ética, menos de la eficiencia y de la equidad social.
 La solidaridad ha de ser inteligente, no puede ser que estudiantes o profesores, o empleados o médicos o enfermeros o dirigentes sindicales u obreros o gremios profesionales o técnicos o gremios comerciales o industriales, entre otros, continúen cada uno por su lado defendiéndose cuando la causa es la misma y justa. En la unión está la fuerza.
 Presidente del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar              @renenunezr 

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