miércoles, 7 de agosto de 2013

Con desorden público, no habrá paz



No se debe perder el sentido común de país tricolor. Por nuestra historia, costumbres, riquezas naturales y humanas, los venezolanos nos merecemos unos destinos mejores y seguros.  Una convivencia social en paz, en  armonía con progreso, donde a todos se  les garantice el avance con los mismos derechos y oportunidades en el disfrute de una patria próspera, amistosa y humana.
Se impone un vuelco fundamental en los valores y principios políticos, morales y éticos que en los últimos años una minoría desde el poder a la fuerza han pretendido imponer para fines distintos a la naturaleza democrática y de libertades.
Si de verdad los que gobiernan bajo la figura del socialismo democrático, hasta ahora nada parecido, creen en la existencia de una comunidad nacional de derechos y con derechos  a la vida, a la evolución en libertad, a  ser felices, deben cambiar las ejecutorias públicas verticales en marcha, excluyentes de la exigencia y la distribución equitativa y justa de la cargas y de las responsabilidades en el proceso de desarrollo nacional para lograr la suma de felicidad social prevista en la carta magna constitucional.
La Venezuela de hoy, irreconocible por sus marcadas diferencias políticas, económicas y sociales, está acorralada por la misma violencia generada de la propia estructura organizacional de la sociedad, donde el Estado y el régimen son sus principales promotores y generadores.
No se termina de entender la paz como el resultado de una solidaridad activa, vinculante de responsabilidades a todos los sectores. Los poderes públicos y el gobierno tienen la mayúscula responsabilidad de asumirla y ejercerla con equilibrio, transparencia, respeto y modelaje, pues los primeros obligados a cumplir las normas y hacerlas cumplir son ellos, garantizando a todos los sectores de la sociedad un trato igualitario.
Recurrir al nacionalismo hipertrofiado como ya es rutina política del gobierno de turno, provoca el estímulo a los egoísmos domésticos y de alguna manera a la construcción de muros de contención para la confluencia equilibrada de los variados intereses de los venezolanos con derecho individual a buscar su propia felicidad.
El destino de cada uno de ellos se halla vinculado al destino de los demás. La historia del primer mundo lo confirma. La pretensión revolucionaria de imponer lo colectivo por encima de lo individual no es más que un engaño para mantener solidaridades afectivas en lo ideológico.
No escapan por igual la siembra de odios cuyo objetivo es la división del pueblo, la lucha de clases, para engendrar actitudes y conductas sectarias y fanáticas negativas, que en el fondo conllevan a la violencia. No es casual la posición beligerante frente al capitalismo productivo, mal que es necesario destruir a como dé lugar.
Si de verdad hay conciencia  de desarrollo libre y justo, de la necesidad de paz compartida y no impuesta, no hay otro camino que el del progreso, el de la integración, de la solidaridad activa. Este activismo ha de llevarn a los creyentes y respetuosos de los derechos humanos a dar forma y contenido ideológico del nuevo proyecto de país. Partiendo de la realidad histórica de nuestras raíces democráticas que habíamos vivido hasta hace poco con sus imperfecciones pero con oportunidades de luchas por mejores condiciones de vida, con dignidad y humanismo social. No puede haber otra meta distinta a la del desarrollo de los intereses nacionales en sana paz y justicia social. El camino del autoritarismo o el de la autocracia para lograrlo, no deja de ser una utopía.
Cuidado con la tolerancia sumisa, ésta puede traerle excusas para no imponerse con el rigor que exigen los principios morales. Defendamos la educación libre y de excelencia para combatir la indolencia y la mediocridad. No basta rezar ni creer en revoluciones, hacen falta muchas cosas más para la paz verdadera. Solo en democracia es posible.


Presidente del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar              @renenunezr

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