No se debe perder
el sentido común de país tricolor. Por nuestra historia, costumbres, riquezas
naturales y humanas, los venezolanos nos merecemos unos destinos mejores y seguros. Una convivencia social en paz, en armonía con progreso, donde a todos se les garantice el avance con los mismos
derechos y oportunidades en el disfrute de una patria próspera, amistosa y
humana.
Se impone un
vuelco fundamental en los valores y principios políticos, morales y éticos que
en los últimos años una minoría desde el poder a la fuerza han pretendido imponer
para fines distintos a la naturaleza democrática y de libertades.
Si de verdad
los que gobiernan bajo la figura del socialismo democrático, hasta ahora nada
parecido, creen en la existencia de una comunidad nacional de derechos y con
derechos a la vida, a la evolución en
libertad, a ser felices, deben cambiar las
ejecutorias públicas verticales en marcha, excluyentes de la exigencia y la distribución
equitativa y justa de la cargas y de las responsabilidades en el proceso de
desarrollo nacional para lograr la suma de felicidad social prevista en la
carta magna constitucional.
La Venezuela
de hoy, irreconocible por sus marcadas diferencias políticas, económicas y
sociales, está acorralada por la misma violencia generada de la propia
estructura organizacional de la sociedad, donde el Estado y el régimen son sus
principales promotores y generadores.
No se termina
de entender la paz como el resultado de una solidaridad activa, vinculante de
responsabilidades a todos los sectores. Los poderes públicos y el gobierno
tienen la mayúscula responsabilidad de asumirla y ejercerla con equilibrio,
transparencia, respeto y modelaje, pues los primeros obligados a cumplir las
normas y hacerlas cumplir son ellos, garantizando a todos los sectores de la
sociedad un trato igualitario.
Recurrir al
nacionalismo hipertrofiado como ya es rutina política del gobierno de turno,
provoca el estímulo a los egoísmos domésticos y de alguna manera a la
construcción de muros de contención para la confluencia equilibrada de los
variados intereses de los venezolanos con derecho individual a buscar su propia
felicidad.
El destino de
cada uno de ellos se halla vinculado al destino de los demás. La historia del
primer mundo lo confirma. La pretensión revolucionaria de imponer lo colectivo
por encima de lo individual no es más que un engaño para mantener solidaridades
afectivas en lo ideológico.
No escapan
por igual la siembra de odios cuyo objetivo es la división del pueblo, la lucha
de clases, para engendrar actitudes y conductas sectarias y fanáticas
negativas, que en el fondo conllevan a la violencia. No es casual la posición
beligerante frente al capitalismo productivo, mal que es necesario destruir a
como dé lugar.
Si de verdad
hay conciencia de desarrollo libre y
justo, de la necesidad de paz compartida y no impuesta, no hay otro camino que
el del progreso, el de la integración, de la solidaridad activa. Este activismo
ha de llevarn a los creyentes y respetuosos de los derechos humanos a dar forma
y contenido ideológico del nuevo proyecto de país. Partiendo de la realidad
histórica de nuestras raíces democráticas que habíamos vivido hasta hace poco con
sus imperfecciones pero con oportunidades de luchas por mejores condiciones de
vida, con dignidad y humanismo social. No puede haber otra meta distinta a la
del desarrollo de los intereses nacionales en sana paz y justicia social. El
camino del autoritarismo o el de la autocracia para lograrlo, no deja de ser una
utopía.
Cuidado con
la tolerancia sumisa, ésta puede traerle excusas para no imponerse con el rigor
que exigen los principios morales. Defendamos la educación libre y de
excelencia para combatir la indolencia y la mediocridad. No basta rezar ni
creer en revoluciones, hacen falta muchas cosas más para la paz verdadera. Solo
en democracia es posible.
Presidente
del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar
@renenunezr
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