Una de las características que ha privado en
el subdesarrollo político venezolano en los últimos años ha sido la manera como
la mayoría de los electores se han dejado atraer y cautivar por dirigentes carismáticos
sin conocimiento y experiencias probadas
en gestión pública y/o privada. Las virtudes innatas han facilitado su llegada
al poder con facilidad y de una manera natural, explotándose en la mayoría de
los casos la oratoria o la comunicación.
Si bien es cierto el carisma está asociado al
éxito, líderes con méritos profesionales, intelectuales, no es menos cierto los
hay creadores de fracasos por la carencia de educación, valores y principios. Los
peores, son los poseedores de una capacidad destructiva e irracional como la de
un Adolf Hitler, planificador y ordenador de la ejecución de más de un millón
de judíos por caprichos racistas.
Tanto en la Cuarta como en la Quinta República,
hay ejemplos de presidentes carismáticos, algunos mitómanos. Todos llegaron a
los centros de poder con la complicidad de unas mayorías que tampoco han tenido
la capacidad de diferenciar lo carismático de la cualidad gerencial que debe
tener una persona para dirigir un proceso tan complejo como es una nación, una
gobernación o un municipio.
Los venezolanos no tenemos
excusas. No hay razones para no estar en mejores condiciones de vida y de
progreso, distintas a las que hoy tristemente tenemos por los desaciertos y los
abusos de los que dirigen nuestros destinos nacionales. Seguiremos siendo unos ciudadanos
tontos útiles hasta tanto nos demos cuenta de la necesidad de evolucionar como
sociedad a una conciencia digna y humana donde todos unidos e incluidos
superemos las dificultades y las trabas que nos separa del desarrollo humano,
donde la capacitación, la salud, los ingresos estables, y las libertades estén
garantizados.
Para lograrlo, se requiere la
elevación del auto estima de país, comenzando
por la de cada uno de nosotros, eligiendo la mejor propuesta y el mejor líder
capacitado, probo y creíble para dirigir las transformaciones donde haya que
hacerlas con orden, disciplina y gerencia.
Gerencia pública como la
privada es sinónimo de un equipo capacitado, dirigido por un Gerente capaz de cumplir y hace
cumplir con eficiencia y transparencia cuatro funciones fundamentales de una administración:
el planeamiento (el
plan con los medios necesarios para cumplir con los objetivos a corto, mediano
y largo plazo), la organización (la
estructura adecuada para llevar adelante la concreción de los planes aprobados),
la dirección (que
se relaciona con la motivación, el liderazgo y la actuación) y el control (la
medición cualitativa y cuantitativa, la ejecución de los planes y su éxito). Una
gerencia política por objetivos y metas muy bien definidas y medibles.
Hasta ahora la
gobernabilidad pública se ha caracterizado por la formación de equipos de
trabajo cuyos puestos son asignados con base en la militancia y a las lealtades
políticas partidistas, familiares y personales del jefe de gobierno. La
improvisación, el mal manejo de los recursos, el relajamiento de las
autoridades, el incumplimiento de normas y procedimientos, la excesiva
burocracia, son, entre otras,
desviaciones presentes en la cultura política administrativa del Estado. No hay
continuidad administrativa. Por eso estamos como estamos y no podemos ser
distintos sino entendemos que gobernar significa gerenciar los destinos del
Estado con pulcritud y eficiencia.
Pensar como un gerente es un proceso, no se
nace siendo gerente, si bien se tienen cualidades y actitudes que son
compatibles con las de un líder hay que desarrollarlas en un tiempo de
formación, en un proceso de aprendizaje y de experiencia laboral. Votemos
por políticos gerentes. El 8 de diciembre hay otra oportunidad para
reivindicarnos con el progreso y desarrollo municipal. No más equivocaciones.
Presidente
del Ifedec, Capítulo Bolívar
@renenunezr
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