Nada más
traumático en la vida cuando los pueblos se ven obligados, voluntarios o
involuntariamente, a desviarse del camino por dónde venían transitando y
avanzando, con lentitud y trabas, pero en la dirección correcta de las
libertades y en democracia. Cómo es nuestro caso, el venezolano. Quién, en 1998,
decidió seguir a un supuesto redentor, después de 200 años, para resarcir y completar
la obra libertaria inconclusa dejada por
Simón Bolívar. La culpa ha sido atribuida a la oligarquía y al imperio
norteamericano. El salvador, resultó ser Hugo Chávez, el nuevo mesías que vino hacer
justicia social no solo en Venezuela sino en América Latina, con la promesa de
conceder a los pueblos la mayor suma de felicidad posible.
La
realidad es que el régimen del profeta (continuado por Maduro), que ya no está
entre nosotros, en 17 años, ha hecho todo lo contrario; pues se dedicó a
potenciar los intereses ideológicos y personales desde el poder, y no las
fortalezas, las condiciones, las posibilidades y las oportunidades de las
personas en libertad para vivir la vida que se merecen y valoran.
La
diferencia entre los países más
desarrollados y países menos desarrollados, está en que los primeros, los
desarrollados, se han concentrado en garantizar una mayor y mejor educación,
salud, trabajo digno y decente con reglas de juego claras de integración de
todos los habitantes. Este hecho explica los
buenos resultados en productividad que tienen sus economías y sus
desarrollos sostenidos y sostenibles.
En cambio
acá, esas condiciones fueron desmejoradas significativamente; explicando las
razones del porqué de las devaluaciones continuas, el bajo poder adquisitivo,
la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas, la inseguridad; entre
otras.
Las
naciones exitosas se han caracterizado por su desarrollo sustentable, dejando
al mercado solucionar problemas de la
sociedad, con un estado creando oportunidades y capacidades, facilitando y no
obstruyendo la imaginación creadora de los distintos actores y sectores
económicos y sociales.
La
institucionalidad en este sentido juega un rol clave. Un estado respetuoso de
la propiedad privada y la vida de los habitantes, tiende a generar condiciones
para que las inversiones sean atraídas.
Nada de
eso tenemos. Y no las podemos tener, al no haber separación de poderes
públicos, capaces de administrar la razón, la verdad, las normas de derecho con
equilibrio y justicia a la hora de su aplicación; condiciones de seguridad y
confianza requeridas por el inversionista.
La
economía privada acorralada, controlada, desestimulada y amenazada, hacen de
nuestra nación, igual, poco confiable para contar con recursos y auxilios
financieros, necesarios para no solo amortizar deudas, cancelar nóminas
públicas, caracterizadas por exceso de burocracia y gasto fiscal, sino también
para financiar proyectos de recuperación del aparato productivo en ruinas.
No es un
problema de capricho político sino de interés nacional, la necesidad ineludible
e impostergable de un cambio de gobierno
y de modelo económico, capaz de diseñar políticas públicas y estrategias correctas
y viables, donde el trabajo y la productividad sean los motores aliados para la
creación de riquezas económicas y riquezas humanas; cuyo centro del plan de
desarrollo sean las personas; a quienes el Estado, los gobiernos y los
dirigentes se deben y no al revés, cómo han pretendido culturalmente hacernos
creer, los políticos de oficio.
Los
ciudadanos, por nuestro lado, no debemos seguir apostando “al azar” liderazgos
u opciones de poder, sin evaluarlos con la rigurosidad del compromiso de la
gobernabilidad. ¿Quién garantiza mayor prosperidad, a todos? ¿Quién está mejor
preparado para hacerlo? Los colores, todos, son hermosos y brillantes, por naturaleza;
los hombres o las mujeres no necesariamente los son por llevarlos en su
vestimenta de campaña.
Presidente
del Ifedec Capítulo Bolívar
@renenunez51 elportachueloderene.blogspot.com
A los
domingos, 8 a 9 am, en ONDA GLOBAL por www.onda973fm.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario