La Canciller de la República, en su discurso
inaugural de la Cumbre de Países No Alineados (MNOAL) realizada la semana
pasada en Margarita, dijo “la paz del mundo sigue vulnerada por las
potencias sin recato y respeto a las
normas de la Organización de las Naciones Unidas” (ONU). Mientras lo afirmaba
con su característica y convicción revolucionaria, por mi mente se paseaba la
inconformidad que tenemos la gran mayoría de los venezolanos con el régimen de
turno, por no hacer esfuerzos sinceros y serios para garantizarnos justamente la
paz que ella invoca hacia fuera y se niega hacia dentro.
Una paz debilitada por una crisis
humanitaria que cada día produce estragos similares a los de los conflictos
bélicos. Imposible de ocultar la escalada de violencia en la calle que en los
últimos años se vive en todos los estados y dependencias federales; cuyas cifras de muertos superan con creces a guerras convencionales pasadas y presentes. Un gobierno
que ni siquiera la ha reconocido y tratado como materia prioritaria de estado.
Los problemas económicos, políticos
y sociales son de extrema gravedad que cada día transcurrido genera mayor
incertidumbre y desesperanza a todo nivel social.
No hay recato, respeto ni garantías
para quienes toman las calles exigiendo gobernabilidad y soluciones. La gente
vive en zozobra permanente y sometimiento represivo.
Una condición primaria para la paz
es el reconocimiento recíproco y respeto entre gobierno y gobernados. El
primero constitucionalmente es garante del equilibrio institucional, el
principal modelador ético y humano de una nación civilizada y decente.
Los que creemos y seguimos teniendo
fe en el sistema democrático, no en éste que tenemos, estamos obligados a
resistir en la exigencia del derecho al disenso, a la libre expresión de nuestras ideas y pensamientos. Incluyendo el
de la participación en la discusión y diseño de las políticas públicas. Como en
su seguimiento y evaluación.
Nuestro desafío es único, no debe
haber otro que no sea el del progreso y desarrollo humano, y no cualquier
desarrollo. El que incluya a todos sin distingo de naturaleza alguna, sostenible,
inspirado en la libertad y la justicia social para reducir la brecha que separa
a los más fuertes de los más débiles. Solo ello se logra con educación y trabajo
decente, creador de riquezas económicas y riquezas humanas. Con obras y
servicios de bien común.
Tenemos 17 años hablando de
revolución más no de resultados de la revolución. Se sigue en la imaginación de
un país distinto al que tenemos, de
mucho sufrimiento colectivo. La realidad de los hechos ha dejado atrás dogmas y
utopía de cambios, por ningún lado se ha
materializado la igualdad y justicia social prometida.
Nunca en la historia democrática,
el pueblo venezolano había deseado la paz como ahora. Una concordia sentida e
imprescindible, exigiendo a gritos a sus dirigentes y gobernantes ponerse de
acuerdo para superar la oscuridad con luces de auténtico patriotismo y la
brillantez de la inteligencia.
Sigue pendiente una voluntad país
para el inicio de un dialogo fecundo y sincero. Lo que si estamos claro que por
el camino en tránsito no es la vía para superar la crisis, el atraso y la
tensión social.
La lucha contra la violencia es la
construcción de la paz. El respeto del derecho ajeno. Haciendo de los problemas
soluciones individuales y colectivas justas y compartidas.
Hartos estamos de discursos,
promesas e ideologías. Cómo lo dice Su Santidad Papa Francisco: las ideologías suelen
quedarse en el compromiso de gobernar “por el pueblo, para el pueblo pero sin oír
al pueblo”
Presidente
del Ifedec Capítulo Bolívar
@renenunez51
A los
domingos, 8 a 9 am, en ONDA GLOBAL por www.onda973fm.com
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