Hace quince
años al pueblo venezolano le
ofrecieron como alternativa a la llamada IV república, una quinta, distinta y
mejor con “mayor suma de felicidad
social”. Su predicador, ya fallecido, no pudo lograrla. Y por los vientos viciados que siguen soplando
con el sucesor, tampoco hay esperanza de que se cumpla con la promesa.
No han podido ni se podrá por cuanto nunca han
tenido un modelo de desarrollo viable, sustentable e incluyente. El país rentista
no solo se mantuvo sino que ahora más que nunca la dependencia del petróleo es
casi total.
Se dejó de lado la economía de mercado, las
capacitaciones y las bondades de la democracia para imponer un capitalismo de
Estado salvaje de carácter autoritario, emulando experiencias fracasadas como
la cubana, con la desgracia de que los tutores siguen siendo los hermanos
Castros.
El
asistencialismo ha privado como medida compensatoria social, desvalorizando el
trabajo y el esfuerzo individual y colectivo como instrumento clave para el
desarrollo familiar y del país.
No se puede seguir adelante sin pensar en
alto, en una economía innovadora, de conocimiento permanente, donde ocupe por
su lado espacios importantes tanto los centros industriales como las medianas y
pequeñas empresas.
El estado descentralizado, pluralista,
participativo, de imaginación creadora ha de ser el reto del futuro de quienes
piensen en una Venezuela de progreso y desarrollo fortalecida sobre la base de
unos poderes públicos autónomos e independientes como contra peso
institucional.
Se trata de ponernos de acuerdo a todo nivel
para asignarnos la tarea de democratizar el acceso a los recursos y a las oportunidades de la
producción y de la educación para garantizar las transformaciones del sistema
en su globalidad.
No hay ejemplos en el mundo que haya alcanzado
la igualdad con subsidios o misiones. Menos con dogmatismos ideológicos.
Un gobierno con un alto gasto público,
orientado prioritariamente a cosas no productivas, siempre conlleva a
situaciones sociales negativas y perjudiciales como secuela de los altos
índices de inflación y de las devaluaciones.
La población sin darse cuenta ha sido sometida todo este tiempo a un nuevo
colonialismo, el mental, el gobierno regresa al centralismo con fines perversos
de controlar al ciudadano como estrategia de supervivencia política y de poder.
Seguimos careciendo de una estrategia
nacional. De un proyecto serio y visionario. El que vienen pretendiendo los que
hoy nos gobiernan esta endosado de una mezcla de comunismo con fascismo
avergonzado y contaminado desde su propia estructura.
Ante esa realidad, lo más preocupante es la
escasa rebeldía de la clase intelectual, de la élite empresarial y comercial,
de los sindicatos, de los estudiantes, de los propios partidos para conjurar
unidos un sistema de vida política, que detenga la destrucción total de la
institucionalidad democrática en marcha.
Los autoritarios le temen al conocimiento, a
una alternativa. Son especialistas en dividir y provocar recelos y antipatías.
Usan la descalificación personal, desprestigiando al que piensa o actúa
diferente. No reconocen un error. Culpan a otros. Se apropian de méritos
ajenos. Mentirosos. Abusadores. Corruptos. Inhumanos.
Solo participando unidos y exigiendo derechos,
votando y defendiendo lo expresado en las urnas electorales, se puede detener
la barbarie.
Presidente del Ifedec, Capítulo Estado Bolívar @renenunezr
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