Si
bien es cierto en los primeros cuarenta años de nuestra democracia se abrieron
los espacios adecuados para la reconciliación nacional y el progreso, tras la
caída de la dictadura de Pérez Jiménez, no es menos cierto que en la década de
los noventa la institucionalidad y los partidos políticos experimentaron una
sensible pérdida de credibilidad producto de las contradicciones de los
dirigentes políticos en lo que decían y lo que hacían, ignorando los reclamos
de cambios exigidos por todos los sectores de la sociedad. La brecha de insatisfacciones a todo nivel facilitó
la llegada de Chávez al poder en 1998 con el apoyo incondicional de personalidades
en el ámbito político, económico, intelectual, medios escritos, radiales y
televisivos; factores utilizados inteligentemente por Chávez para
sus ocultos propósitos, que después excluyó para dar inicio al proyecto
autocrático bautizado como “Socialismo del siglo XXI”. Después vino la alianza y
la asesoría con los Castros para llevarlo adelante. Desde entonces, el país ha
estado sometido a un proceso de desmantelamiento progresivo de las
instituciones del Estado, poniéndolas al servicio ideológico del proyecto;
desestimulando y destruyendo la economía privada; cercenando libertades,
derechos democráticos y derechos humanos de los venezolanos.
Los
resultados del 14 de abril, bajo el liderazgo de Henrique Capriles, permitió a
la oposición unificar y articular una fuerza electoral capaz de producir derrotas
contundentes en próximas elecciones al chavismo ante la orfandad de liderazgo
pero sobre todo por la manifiesta incapacidad de Maduro para reducir la brecha
social y económica heredada del caudillo.
Ganar las
alcaldías más importantes del país en diciembre constituye para la oposición un
compromiso obligado de cumplir para continuar consolidando el proceso de
rescate de la democracia iniciado, convirtiendo las victorias en un plebiscito
contra Maduro, y de alguna manera forzar la reducción del grosero ventajismo y
abuso del gobierno en el manejo de los recursos del estado bajo la mirada
silenciosa de los poderes públicos. Para ello se requiere contar con una unidad
amalgamada de todas las fuerzas democráticas que perdure, incluso, en el tiempo después de la salida de los
chavistas del poder central. La democracia hay que ofrecerla como una opción de paz. Capaz de
producir resultados de bien común y colectivo. Garante de crecimiento y de
bienestar social. No ha existido en la historia de la humanidad un sistema de
vida política más cercano a la justicia como el democrático. Se trata de una
representación de la sociedad que eleva la importancia, la diversidad del
pensamiento y la inclusión de toda la sociedad.
La
dialéctica vale la pena plantearla y abordarla sin complejos ni prejuicios.
Cotejar bondades y debilidades entre autocracia y democracia. Explicar a la
gente con claridad que bajo la senda del autoritarismo no se evoluciona, no se
progresa, no se desarrollan las sociedades. No se alcanza la felicidad social.
La explicación, muy sencilla. No se garantiza el sistema de libertades. El
igualitarismo pregonado, una utopía. La
no separación de poderes públicos ha facilitado al régimen la aplicación de la desigualdad en el trato del ciudadano ante la
norma. Cultivo de la intolerancia. La solidaridad incondicional obligada. La
participación social puro espejismo, a final de cuentas las figuras creadas para
permitirla no tienen poder de decisión, reservado solo al autócrata.
Estas
últimas semanas en el estado Bolívar hemos observado con suma preocupación las
conductas políticas encontradas e irreconciliables de algunos sectores de la
MUD poniendo en riesgo la unidad como estrategia -sine qua non- para el restablecimiento
de la normalidad democrática. La
experiencia chilena de socialistas, socialdemócrata y socialcristianos frente a
Pinochet, vale la pena analizarla dirigentes.
Presidente
del Ifedec, Capítulo Bolívar @renenunezr
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