Una sociedad,
incapaz de reconocer, valorar y distinguir lo bueno de lo malo, los aciertos de
los desaciertos, los éxitos de los fracasos, el progreso del atraso -no cabe
duda- tiene que estar enferma y requiere de atención especializada; una
enfermedad política con una codependencia emocional a un “Mesías” donde cifra
toda su esperanza por una vida mejor y segura aunque en la práctica y en lo
colectivo nunca llega por lo inviable en lo económico, en lo social
La dependencia suele propagarse en todos los
estratos sociales. Los afectados pierden progresivamente su voluntad de cambio, de
conciencia, hasta un nivel que no importa su miseria y pobreza con tal de
anteponer para siempre los intereses supremos de un régimen, el cual vino a
salvarlos y a protegerlos del progreso y desarrollo humano, bajo la entrega
total de sus derechos humanos y propiedades
La personalidad del adicto pasa a un segundo
plano. Cuando
la adicción es inducida y planificada los trastornos y efectos son mayores,
peor cuando detrás de ella se pretende enajenar y controlar derechos a la vida,
sus libertades, su espíritu, su alma para convertirse en esclava de un proceso
mental por medio del cual se les siembran delirios de grandeza, de justicia, de
igualdad, de libertad, de felicidad social como estimulantes.
El trastorno de personalidad está asociada a
los de un narcisista, ego centrista, antisocial, indispuesta a reconocer su estado síquico,
su vacío existencial, su propia ignorancia, la explotación de que es objeto su
propia dignidad. Los atrapados
en ese laberinto ideológico, se les hace difícil escapar de el por si solo, mas cuando han cedido
todos los derechos a ser libre e independiente.
El gran dilema que se le plantea a la otra
parte de la sociedad no contaminada es como enfrentar una epidemia que cuenta con un
estado cómplice ¿Cuál vacuna ha de aplicarse con efectividad a quienes se
resisten abandonar la dependencia ideológica, y acostumbrados a recibir y a
consumir diariamente altas dosis de
“lazos afectivos” provistos por distintas vías, alimentados -a la vez-
con resentimientos y odios contra los que
no las consumen y responsabilizan de ser los únicos culpables de sus
restricciones y condiciones sociales?
El primer paso para vencer cualquiera adicción,
según los especialistas, es aceptar que la padece. Reconocer, en el caso de
la ideológica, los engaños y las promesas incumplidas de hacerlo más feliz
socialmente. Retomar el control de los derechos cedidos. De su futuro. De su
vida. Aceptar el compromiso de la recuperación consigo mismo, con su familia,
con su país.
Para lograrlo, se requiere de ayuda externa
especializada.
De gente capacitada que las haga entender que hay otra vía mejor y posible de
alcanzar la suma de felicidad social prometida, sin renunciar a sus derechos, a
sus libertades, a sus gustos. Sin necesidad de depender de una orden. De un
proceso sin fecha de término. Siempre en transición.
Aquellas sociedades en el mundo que pasaron
por estos trastornos ideológicos se dieron cuenta con el tiempo que por la vía del
sacrificio humano y la espera indefinida para hacer realidad “el futuro edén” donde supuestamente
todos serían igualitarios y felices, no era mas que una utopía, un vil engaño
histórico cuyos únicos privilegiados con derechos a disfrutar a placer la vida
personal y familiar con prebendas y prerrogativas amplias y liberales eran los
amos de sus vidas.
Internacionalista. (Edición 1223)
@renenunezr Pueden oírme en Diplomacia de Micrófono, con
Tello Benítez, 7 a
8 AM por Skandalo 90.3 FM en Ciudad Bolívar y, 106.9 FM en Puerto Ordaz.
Yo añadiría que hay otro procedimiento, mucho más doloroso, y es el que sufrió la sociedad alemana, luego de darse cuenta de la barbarie que había cometido su líder, mesías y guía Adolf Hitler. Dándose cuenta de el fracaso, la injusticia, la condonación de la libertad y la peligrosa amenaza sobre su futuro, también se pueden corregir. Pero en este caso tuvieron que esperar que el final del líder y de su oprobioso régmen. Esperemos que Venezuela no llegue a tanto...
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